En el siglo XVI, en Japón existían clanes secretos que entrenaban en el arte de ser kunoichi para infiltrarlas en ciertos vínculos.
Para reclutar nuevas mujeres, los líderes de esas escuelas a menudo viajaban por todo el país y adoptaban a jóvenes huérfanas y “mujeres de vida fácil”. Les ofrecían una mejor oportunidad en la vida, naturalmente aceptaban y eran leales a sus benefactores. En el clan les daban trato de “monjas” para luego utilizar sus servicios como espías. Fue así que en el Japón antiguo existían numerosas escuelas o clanes donde se entrenaban a mujeres jóvenes y bellas en el arte de la infiltración como agente doble, en palacios, mansiones y castillos.
Entrenamiento Kunoichi
Poco se sabe del entrenamiento porque los distintos clanes mantenían en secreto sus enseñanzas, podía durar más de un año y no era para chicas tímidas con prejuicios. En esas escuelas exclusivas, vivían solas en diferentes habitaciones de una gran casa; con eso se buscaba que no hablaran entre ellas, menos aún que hicieran amistad. A quienes les darían una misión, para seducir un personaje importante, sabían que siempre actuarían en soledad y que no debían confiar en otra kunoichi. Como las mujeres por naturaleza son hábiles en la lucha cuerpo a cuerpo, en todos los clanes se prefería entrenarlas en ese tipo de combate porque aprendían más rápido. Se centró en técnicas
para enfrentarse contra hombres grandes y altos, con una patada adecuada, los zuecos de madera de una geisha eran excelentes para aplastar “bajo vientres” y romper huesos.
Aprendieron todas las técnicas sucias de autodefensa como lastimar ojos y golpes donde más le duele a un hombre como a una mujer. En pocos meses alcanzaban altos niveles para pelear con o sin armas. Eran hábiles para ocultar una navaja en un abanico, llevar una aguja larga en su cabellera, esconder un cuchillo en un instrumento musical, etc.
Los paraguas servían de escudos efectivos y los anillos se usaban para atacar puntos de presión crear un dolor agudo o incluso y una parálisis a corto plazo. En pocos meses eran expertas en usar a usar dagas con hojas ocultas, katanas delgadas, las famosas estrellas arrojadizas y otras, como el veneno. Tenían un nivel elemental en artes marciales, carecían de códigos y todo era válido para matar, pero en combate a corta distancia eran rápidas y mortales.
Una vez adiestradas en el Ninjutsu (infiltración), se las instruía en habilidades que sólo una mujer puede usar. Prostitutas palaciegas las entrenaban en el arte de la seducción sexual, llegando incluso hasta el matrimonio para cumplir una misión. Se les enseñaba a usar su feminidad en la mayor medida posible y se hacía hincapié en controlar sus sentimientos para no enamorarse de su enemigo en un prolongado proceso de seducción. Sus mentes eran manipuladas de tal forma que no tenían remordimiento en usar sus encantos para seducir y matar. Lo más habitual era envenenar con té, pronto la víctima tendría una misteriosa muerte y ella ya no estaría.
Al ser todas muy bellas, inteligentes y audaces sin inhibiciones, podían realizar vigilancia disimulada, recoger información, transmitir mensajes. Podían disfrazarse de doncellas, sirvientas, bailarinas, sacerdotisas o geishas del santuario sintoísta, lo que les permitía moverse libremente y obtener acceso a los objetivos. Sin titubear podían matar a un hombre como a una mujer, algo que un japonés no haría. Este abanico de destrezas la convertía en una versátil herramienta para seducir a señores feudales, conseguir información importante o matarlo, por eso para los clanes eran imprescindibles. Todas sabían pelear, pero rara vez se enredaban en una pelea con armas.
Las garras de la tigresa
Todas sabían usar sables, dagas y anillos con una punta metálica que clavaban en el cuello y dejaba muy poca evidencia de cómo murió la víctima. Sin embargo, el arma preferida por las kunoichi eran las garras “Neko-te”. Una suerte de manopla con dedos terminados en uñas de metal afiladas. Éstas variaban con un máximo de hasta 6 cm de
longitud, lo suficientemente largas y afiladas como para arrancar la masa muscular de una persona. Incluso en ocasiones mojaban esas uñas en veneno para exacerbar el dolor y/o acelerar la muerte. Esa garra de tigre se ocultaba en un bolsillo o en la manga de un kimono, facilitando ataques sorpresa. Las ninjas las preferían, porque atacando se
sentían una tigresa y se ponían eufóricas.
“El trabajo de espía de las kunoichi era facilitado porque culturalmente, los señores medievales se cuidaban de los hombres sin tomar precaución alguna con una mujer, menos si era hermosa. Es difícil determinar cuántos guerreros murieron porque bajaron la guardia ante lo que parecía ser una hermosa mujer sumisa”
Tácticas de una ninja
Una vez entrenada, la kunoichi integraba una red clandestina de mujeres espías. En ocasiones se empleaban como sirvientas en casas de algún personaje feudal y en conversaciones casuales con la servidumbre, recogían información sensible.
Deslumbrado por sus encantos el encumbrado señor, pronto la incorporaba a su grupo de concubinas.. En pocas palabras, el sexo fue el arma que más usaron con eficacia. Según registros históricos, en algunas regiones habría más 300 atractivas jóvenes kunoichis en funciones. En antiguo Japón estas mujeres actuaron por siglos con impunidad hasta que se extinguieron. Hoy el término Kunoichi es desconocido en el mundo occidental, pero en el antiguo Japón, las “garras de tigre” producían temor.
Colaboración Revista Tiempo GNA
Premio Training Time 2021 a Walter Martínez Comunicador – Productor de la Revista