«𝐄𝐋 𝐇𝐈𝐉𝐎 𝐏𝐑𝐎𝐃𝐈𝐆𝐎» Historia de las Islas Malvinas

𝘙𝘦𝘭𝘢𝘵𝘢: 1𝘦𝘳. 𝘛𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘊𝘢𝘭𝘭𝘦𝘫𝘰 – 𝘗𝘪𝘭𝘰𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘔𝘪𝘳𝘢𝘨𝘦 𝘝 «𝘋𝘢𝘨𝘨𝘦𝘳»
Día: 24 de mayo de 1982.
Llegaron dos órdenes fragmentarias, las que serían cumplidas por la Escuadrilla «Ratón», compuesta por el Capitán Díaz, el Mayor Puga y el Teniente Castillo; y la » Laucha», con el Capitán Dellepiane, el 1er.Teniente Musso y yo. Destaco muy especialmente al Primer Teniente D. Carlos Musso, quien pidió la baja de la Fuerza Aérea Argentina en el año 1980, ingresando a Aerolíneas Argentinas. Apenas iniciada la guerra, fue convocado y rehabilitado para luego participar de varias misiones con entusiasmo y valor. Fue el único piloto «civil» que intervino en misiones de guerra con aviones de combate.
Preparamos nuestra misión. Debíamos trazar nuestra navegación, tratando de eludir el probable lóbulo (parte del espacio aéreo en la que un radar capta un cuerpo que se desplaza) del radar de las Fragatas; vuelo rasante sobre las Islas, cruzar el estrecho de San Carlos y luego hacia la Bahía, para bombardear buques y cabeza de playa.
Nuestra escuadrilla, los » Lauchas», íbamos al segundo objetivo.
Básicamente, tanto los » Ratones «, como los » Lauchas», debíamos realizar la misma navegación llegando al mismo punto, pero atacando objetivos distintos, con una diferencia de pocos minutos entre ellas. Nosotros atacaríamos sobre tierra. Realizamos la reunión previa, nos cambiamos, el último apretón de manos, la frase acostumbrada de ¡¡ buena caza !! y a los aviones.
Trepamos a nuestra desvencijada camioneta rural, propiedad de YPF, piloteada por un simpático chofer a quien llamábamos cariñosamente «Pupi» (aludiendo a un conocido corredor), porque hubo casos en los que nos hacía gastar más adrenalina en el recorrido hasta los aviones, que en una misión de combate. Ya en nuestras cabinas, un último pensamiento a Dios y nuestros familiares, luego a medida que aumentaban las revoluciones de nuestras turbinas, pusimos toda la fuerza y el corazón en cumplir nuestra misión.
Los » Lauchas» debíamos despegar en segundo lugar, 3 o 4 minutos detrás de los «Ratones», pero en ese momento, giró la rueda del destino, un numeral de la primera escuadrilla no podía poner en marcha. Guardamos un nervioso silencio de radio, hasta que el Jefe tomó la decisión – Salgan los «Lauchas» primero que nosotros vamos detrás.
Mientras despegábamos oímos por nuestros auriculares
—»Ratón-3 en marcha».
— Bueno, por lo menos saldremos todos. Pensé yo. . . Si, salimos todos, «pero en diferente orden…»
Motor a pleno sobre frenos, con el peso máximo de despegue; soltó freno el 1, veo el soplete gigantesco del encendido de las post-combustión.
El avión aún pesado tiene buena aceleración. Despega el 2 delante mío y luego me llega el turno.
– ¡Roja! ¡Ambar! ¡Penduleo de tarquímetro !, repito con voz alta el procedimiento de control de encendido de post-combustión. Por unos momentos me quedo extasiado de esa diminuta luz amarilla en el tablero de instrumentos, que me ayudaría a tener un despegue exitoso, palanca atrás….. ¡y … en el aire!.
Nuestros aviones estaban configurados con tres grandes tanques externos de combustible y dos bombas, ya que volábamos al límite de nuestro alcance efectivo.
La navegación se realizó sin novedad, con momentos de verdadera placidez, sin pensar siquiera en el seguro infierno que nos esperaba un poco más adelante.
Iniciamos el descenso en estricto silencio de radio. Pronto visualizamos las primeras estribaciones de las Malvinas, llamadas Islas Salvajes; enormes peñascos que se levantan entre las olas hacia el cielo.
Llegando a la parte insular de navegación se tornó más difícil, ya que debíamos formarle al guía, volar lo más bajo posible, evitar chocar contra un cerro y al mismo tiempo escrutar el cielo buscando posible enemigos.
Punto de aceleración, faltan dos minutos para llegar al blanco, los «Ratones» ya están allí, entre fragatas. Escucho por mi VHF a una escuadrilla de A-4B que está atacando y utiliza nuestra misma frecuencia de radio (Era la escuadrilla del Vicecomodoro Mariel).
De pronto, entre órdenes y gritos, surge nítida la voz del Mayor Puga que dice con pasmosa tranquilidad…. ¡¡ me dieron !!.
El corazón se me paralizó por un momento, pero ya casi estábamos sobre el blanco; entramos a la boca de la Bahía y de inmediato nos cruzamos de frente y al mismo nivel con dos A-4B que salían del objetivo.
Seguimos al frente, sobre el lado derecho de la boca de la Bahía, una fragata comenzó a tirarnos con su artillería antiaérea. A pesar de que era pleno día, se veían perfectamente la trayectoria de los proyectiles trazantes.
El pequeño puerto ya estaba a la vista, íbamos «barriendo» con nuestros cañones ambas márgenes del estrecho. Veo tambores de combustibles anaranjados y bultos, lanzo mis bombas.
De inmediato salí, con viraje cerrado por izquierda, buscando la costa norte de la isla; no veía a ninguno de mis compañeros.
Proseguí el viraje, reconocí de inmediato ese gran apéndice que es el «Cabo Leal», en el norte de la isla. Me pegué al agua, .ya con rumbo Este en escape, para evitar los Harrier que casi siempre orbitaban en la ruta de alejamiento; igual que buitres hambrientos.
Cuando pasaba por la desembocadura norte del estrecho, vi a dos fragatas juntas, por lo que puse rumbo a la isla, para evitar que me ubicaran y perderme entre las elevaciones y desaparecer de su radar de tiro.
Cuando las tenía justo a mi derecha, a unos 2.000 metros de distancia, vi un fogonazo impresionante y una bola de fuego parecida a un corneta, que salió disparado en un ángulo de 60° a 70° hacia arriba …..¡un misil!.
Busqué desesperadamente los botones de eyección de tanques externos y los apreté para alivianar el avión, el que dio un brinco en el aire.
Di potencia y pleno y post-combustión, mientras hacía lo que durante días y días machacábamos -¡ viraje hacia el misil !. Traté de cerrar mi viraje pegado al agua, pero la nariz del avión se levantaba, por lo que aflojé y volví a tirar palanca atrás. Una vez que el misil se perdió a lo lejos, me di cuenta de que iba rumbo a la fragata; por lo que, con todo el dolor del alma, mostrando la «panza» de mi avión y aumentando mi superficie reflejada en su radar, me volví a las islas.
Supongo que tardé algunos segundos en llegar, pero a mi me parecieron años. Mientras tanto, escuchaba a mi Jefe de escuadrilla que me llamaba por mi indicativo – ¡»Sordo » .. .»Sordo «!. Aparte de que el indicativo se adaptaba a la situación, mi lengua estaba como un cartón, no podía articular palabras y estaba demasiado ocupado en salir vivo de ese infierno para contestar.
Continué vuelo rasante hasta el límite de la isla. El avión me resultaba difícil de dominar, por lo que gané un poco de altura.
Recién allí miré mi velocímetro y me di cuenta de que había pasado la barrera del sonido, por eso la dificultad para dominar el avión, ya que un Dagger Mirage 5, tiende a levantar la nariz cuando aumenta su velocidad, pero en el trans-sónico, un poquito antes de pasar la barrera del sonido (.94) , tiende a bajarla.
Nuevamente en las Islas Salvajes, ascendí a altitud de crucero, corté la post-combustión y me comuniqué con mi Jefe de Escuadrilla, quien me contestó muy emocionado, ya que me creía derribado.
Volvíamos los tres «Lauchas», pero no sabíamos nada de los «Ratones», a pesar de haberlos llamado por radio insistentemente.
Aterrizamos sin novedad, revisé mi Dagger minuciosamente mientras me repetía: -«No puede ser», «No puede ser». Me costaba creer que con lo que había vivido, el avión no tuviese ni el menor rasguño.