Cada 23 de agosto, la memoria argentina se detiene en Jujuy para recordar una de las gestas más heroicas y menos reconocidas de nuestra independencia: el Éxodo Jujeño. Fue en 1812, hace ya 213 años, cuando Manuel Belgrano ordenó a todo el pueblo abandonar su tierra, incendiar sus hogares, destruir sus cosechas y llevarse consigo lo poco que pudieran cargar. No debía quedar nada para el ejército realista que avanzaba desde el Alto Perú bajo el mando de Pío Tristán.
La decisión fue dura y dolorosa. Mujeres, ancianos, hombres y niños partieron hacia Tucumán en una caravana que demoraría varios días y cubriría más de 300 kilómetros. Detrás quedaban casas ardiendo, chacras destruidas y un silencio que sería la primera gran derrota del enemigo. La estrategia de tierra arrasada se transformó en un acto de sacrificio colectivo que abrió el camino para las victorias patriotas en las batallas de Las Piedras, Tucumán y Salta.
Belgrano, enfermo pero inquebrantable, comprendió que sin ese sacrificio no habría futuro. Su ejército era escaso, mal armado y desmoralizado tras la derrota de Huaqui. Pero encontró en el pueblo jujeño una fuerza que no le dieron los recursos de Buenos Aires: la voluntad de resistir a cualquier precio. Así nació el Éxodo Jujeño, una retirada que fue también una declaración de independencia: antes cenizas que esclavitud.
Como reconocimiento, el 25 de mayo de 1813 Belgrano donó al Cabildo de Jujuy una bandera, que hoy se conserva en la Casa de Gobierno provincial y es orgullo de todos los argentinos. En 2002, la Nación declaró a Jujuy Capital Honorífica cada 23 de agosto, reafirmando la importancia de esta fecha en la historia nacional.
Cada año, la provincia revive ese momento con la Marcha Evocativa del 22 por la noche, donde un Belgrano a caballo da la orden de partir, seguido por carretas, antorchas y la quema simbólica de ranchos. El 23, el desfile gaucho se extiende durante toda la jornada, acompañado por peñas, actos culturales y actividades que rinden tributo a aquella gesta.
El Éxodo Jujeño nos recuerda que la libertad no se escribió en discursos ni decretos, sino en la decisión de un pueblo que prefirió perderlo todo antes que rendirse. Una lección que sigue viva cada vez que en Jujuy se encienden las antorchas y el fuego vuelve a iluminar la noche.